Debo comenzar con una confesión. Salvo un texto convenientemente pulcro, nada ha llegado a causarme más gusto en mi oficio de corrector que cuando un segundo vistazo sobre un texto plagado de errores tediosos (una mala estructura sintáctica por aquí, una tilde sobrante por allá…) revela una clase particular de falta que logra arrancarme una genuina sonrisa. Me refiero por supuesto a los parónimos.
Con el nombre paronimia se define el origen de los momentos más jocosos de mi trabajo. Después de todo, ningún otro desliz permite imaginar situaciones más descabelladas: un abogado se muestra “aséptico” frente a un testigo, una comisión policial halla el “dorso” de un cadáver en un callejón y de una tubería rota sale agua “expedida” a chorros.
Parónimos y otros fenómenos lingüísticos
Para entender en qué consiste, explicaré primero superficialmente la homonimia, fenómeno lingüístico emparentado a la paronimia y para no confundir una con otra.
La homonimia es el rasgo de las palabras que tienen la misma forma de pronunciarse o de escribirse, pero poseen tanto un sentido como un origen histórico diferentes. Francisco José Cantero, en su Teoría y análisis de la entonación (2002), escribe: “Llámanse ‘homónimos’ las palabras iguales (igual pronunciación e igual ortografía) que han dado en serlo desde etimologías distintas” (p. 49).
Explicado de forma somera, aquellas que se asemejan en su pronunciación se denominan homófonas (hola y ola) y aquellas que presentan homofonía y una misma representación gráfica se llaman homónimas (mango como fruta y mango como asidero); es decir, son palabras que no alteran su manifestación gráfica en lo absoluto cuando su significado sí cambia por completo.
Por el contrario, los parónimos son aquellas palabras que presentan una aparente relación de semejanza a partir no de sus formas naturales, sino de malinterpretaciones fonéticas por parte de los hablantes, las cuales pueden conducir a ideas incoherentes o enunciados retorcidos; una confusión que perdura cuando se carece de interés en saber cómo se escriben las palabras.
Los parónimos: diversos casos
A fin de comprender los graciosos traspiés que entrañan los verdaderos parónimos, dejemos de lado el hecho de que se registran también homónimos lexicales (de una misma categoría gramatical), gramaticales (de distintas categorías gramaticales), lexical-gramaticales (por transcategorización), morfológicos y hasta dialectales.
Por esa razón, no se incluyen en este artículo los deslices comunes del tipo losa/loza o halla/haya, pues allí existe una distinción perceptible en ciertas variantes regionales del castellano (como las zonas ceceantes o el castellano rioplatense). Igualmente, por tratarse de homófonos en buena ley, no corresponden a este tema las equivocaciones de escritura de las palabras que contienen el fonema \b\: acerbo por acervo, basto por vasto…
Entonces, a los ejemplos mostrados al principio (dorso por torso, aséptico por escéptico, expedir por expeler) agrego un sinnúmero de gazapos paronímicos que, en lo personal, me han brindado ratos de solaz en medio de una jornada extenuante:
- “Detesto tu aptitud de malcriado” (actitud).
- “Tengo confianza en que vas hacer el mejor” (“vas a ser”)
- “Me considero conservacionista en materia fiscal” (conservador)
- “Es importante hallar el cereal del motor” (serial)
- “Se quedó inerme al sentir el estruendo” (inerte)
- “La pareja viajaba abordo de una camioneta familiar” (“a bordo”)
- “El entrenador quiso atizar la mala noticia para su equipo” (matizar)
- “Los proteccionistas de animales trabajan unidos” (protectores o defensores)
- “Las marcas identificativas del arma lucían devastadas” (desbastadas)
- “El hombre se detuvo de imprevisto” (“de improviso”)
- “Las circunstancias me impelieron actuar” (“me impidieron actuar”)
- “No pudieron llegar a tiempo porque el tren estaba atascado de personas” (atestado)
- “Haber hasta dónde llegarás” (“a ver”)
En consecuencia, los parónimos significan pifias que pueden pasar desapercibidas con facilidad en una primera ojeada precisamente por dar la apariencia de transmitir con normalidad la idea central de los enunciados donde se las ubica.
Por ello, la mejor manera de lidiar con esas palabras es efectuar una relectura en silencio del material luego de una primera lectura que, por lo general, se realiza en voz alta. Gracias a la ausencia de todo fonema, la carga semántica recibirá un peso mayor en el procesamiento mental de las frases y así podrá descubrirse más fácilmente el elemento forajido oculto entre líneas.