La tilde y la acentuación, una cuestión de prosodia

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La tilde
La tilde, ese símbolo que gusta de anidar sobre cualquiera de las vocales.

Hace años, durante el cierre de la primera edición del periódico en que trabajaba, una diagramadora me hizo una afortunada observación sobre la ausencia de una tilde. La frase «Le hallaron un revolver al sospechoso» estuvo a punto de escapársele al equipo editor en un texto de la contratapa. Enmendado el error a toda prisa, ella me comentó entre murmullos: «No estaba segura de si llevaba acento o no, pero vi rara la palabra y quise avisarte».

Al reflexionar sobre ese episodio y otro similares, deduzco que entre los usuarios del español se impone ciertamente un enfoque errado al abordar el tema del acento o, más apropiadamente, la tilde, ese símbolo que gusta de anidar sobre cualquiera de las vocales.

 

¿Qué es la tilde?

Una de sus definiciones más antiguas y completas proviene del Tesoro de la lengua castellana o española (1611), de Sebastián de Covarrubias, donde se explica que su nombre se emparenta con título por asemejarse a una línea de encabezado empleada desde antes del siglo XV para alterar el sonido de la n o la m —por lo tanto, es precursora de la virgulilla sobre la ñ— o sustituir segmentos enteros de palabras como una especie de abreviatura: para que, d´l para del, echádo por echando.

Ya para 1787, la definición de tilde había evolucionado lo suficiente para incluir cuatros acepciones en el Diccionario castellano de Esteban de Terreros y Pando, una de ellas referente a que era una «virgulita» o nota «sobre cualquiera letra que la pide». Además, se atribuía claramente su procedencia al italiano titolo.

Bien entrado el siglo XIX, se lee en el Diccionario de la lengua castellana (1825), de Manuel Núñez de Taboada, una de las primeras referencias de la tilde como una marca que confiere fuerza a la pronunciación de ciertas sílabas en palabras o en segmentos oracionales: «La virgulita o nota que se pone sobre alguna letra para significar abreviatura en la voz, o distinguirla de otras, o explicar el acento».

 

La tilde y el embrollo de la acentuación

Con un trabajo académico cada vez más detallado y hasta dogmático sobre la gramática oficial de la lengua, poco a poco fue aclarándose la posible relación entre los acentos que pueden asumir las palabras en castellano y la pertinencia de la tilde gráfica en las estructuras morfológicas.

Desde la Gramática de la lengua castellana (1492), de Antonio de Nebrija, hasta la Gramática de la lengua castellana (1771) de la Real Academia Española fueron registrándose de forma minuciosa los distintos casos que condujeron a asentar las reglas de acentuación enseñadas hoy día a partir de la escuela primaria.

Al respecto, palabras como «canción», «alférez» y «pájaro» se muestran como casos de acentuación prototípicos:

  • «canción» termina en n, s o vocal y su última sílaba tiene mayor relieve sonoro (oxítona), así que se tilda;
  • «alférez» no termina en n, s o vocal y la penúltima sílaba recibe la mayor intensidad fónica (paroxítona), así que se tilda;
  • y «pájaro» exhibe la mayor intensidad de sonido en su antepenúltima sílaba (proparoxítona), así que se tilda.

Por otro lado, como aquellas son palabras de tilde obligatoria, el símbolo se ha transformado en componente integral de su escritura, como en muchos otros casos (camión, alféizar, química). Los hispanohablantes asocian así ciertas palabras con la presencia o la ausencia de tilde como un hecho dado por sentado.

Sin embargo, los problemas surgen cuando en el escenario hacen su aparición las formas de plural, los hiatos, las palabras compuestas y los diacríticos, que enmarañan el simple criterio gráfico para determinar su correcta realización fonética en cada contexto semántico.

  • Carácter, pero caracteres en plural;
  • Paula y coima, pero Aída, púa y contribuía en los hiatos o cuando la entonación recae sobre las vocales débiles frente a vocales fuertes en diptongos;
  • fácilmente y superhombre como ejemplos de elementos compositivos;
  • De (preposición), si (conjunción) y mi (adjetivo posesivo o nota musical) respecto a (verbo en subjuntivo o imperativo), (adverbio) y (pronombre personal).

Las palabras homógrafas no homófonas (escritura semejante, pronunciación distinta) introducen una dificultad adicional, una que vuelve aún más necesaria la corrección en el proceso editorial. Ellas abarcan un mismo verbo en distintas conjugaciones (esperé en indicativo pretérito, espere en imperativo), verbos que coinciden con sustantivos (rio, río) y sustantivos que parecen concordar entre sí (sabana, sábana).

 

¿Qué hacer con la tilde?

La tilde cumple una función básica en el sistema lingüístico. Sin poseer sonido propio, es el más importante elemento de la prosodia al recordarles a los lectores que no todas las palabras son llanas, como casa, perro, cielo o fuego, que forman un conjunto mayoritario del léxico español.

Al igual que toda herramienta, su uso responde a consideraciones que, gracias al trabajo de académicos, lingüistas y los propios hablantes, se han pulido a lo largo del tiempo. La tilde no es, en consecuencia, un mero adorno que les confiere cualidades aerodinámicas a las letras; tampoco un accesorio que enfatiza las sílabas a las cuales se agregue sin ton ni son.

Por esa razón, un corrector tan solo necesita dos preguntas ante una duda del tipo revolverrevólver: «¿cómo suena la palabra que se supone que se está usando?» y «¿es necesario tildar la palabra usada para distinguir su pronunciación?». A partir de esas dos respuestas, se comprobará cómo las reglas de acentuación ayudan con precisión a la escritura adecuada de las palabras de nuestro idioma.

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