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María del Mar Agudelo: “Hay personas que no conocen el trabajo que implica corregir un texto”

por Gabriel Mármolel 24/11/201723/11/2017
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María del Mar Agudelo

María del Mar Agudelo es una correctora de estilo “en busca del balance perfecto entre la comunicación y la belleza, la elegancia y la rebeldía, la razón y la locura”.

Graduada de Comunicación Social-Edición de la Pontificia Universidad Javeriana y con estudios en la Köln International School of Design, Agudelo (1984) se fue de su natal Colombia con una “misión esencial de autoconocimiento”, aunque sentía la necesidad de fortalecer las raíces con su patria y de su carrera.

“Creo que nunca llegamos a saber quiénes somos del todo: unos son más adelantados en esa desafiante tarea, pero siempre nos encontramos en la misión de ser felices; es decir, de hacer lo que amamos y amar lo que hacemos”, aseveró Agudelo, quien gestiona actualmente la revista Ciencias de la Salud, en la cual la calidad de los textos es su máxima prioridad.

En medio de una tarea de reinvención, encontró en la corrección un trabajo que le permitió emprender la tarea más pura de la labor editorial (“con el respeto que merecen todos los demás actores de la cadena”, aclaró). La corrección de estilo fue para ella, primero, la respuesta a una necesidad, para luego pasar a definirla en sí misma y brindarle “un sinnúmero de bendiciones”.

 

¿Cuáles han sido sus pasos en el campo literario o editorial? ¿Quiénes le dieron el empujón final para entrar de lleno en ese mundo donde los “buenos sentimientos” no producen el mejor resultado —si nos atenemos a André Gide—?

Estudié Comunicación Social, convencida de que mi pasión era el periodismo, pero a medida que fui profundizando en los estudios de la comunicación y, sobre todo, la escritura, me di cuenta de que lo mío era otra cosa: el orden del discurso escrito, la edición de contenidos, la claridad del mensaje. Más allá de “buenos sentimientos”, hubo una conexión entre la personalidad y el oficio. También hubo profesores que ayudaron a darle dirección y forma a ese deseo de ser feliz y poder brindar un servicio útil a la sociedad; hablo de aquellos que no saben escribir y también de los que lo hacen muy bien pero buscan la perfección.

 

¿Cómo definiría la corrección profesional: un oficio, una profesión, un arte..? En Diario de un mal año, de J. M. Coetzee, el señor C. se pregunta quién juzga lo que suena o no suena bien luego de haber jugueteado con una frase en una jornada de trabajo literario; ¿“el quid de la corrección” se encuentra en esa sentencia a la que se refiere el autor surafricano?

La corrección es un poco de todo. Es un proceso tan técnico como creativo; una profesión, en tanto que oficio por el cual se recibe una retribución; un arte, porque envuelve una habilidad y una disposición. Hay reglas precisas que nos permiten (a los correctores) sentar las bases de un criterio y evitar el caos de la multiplicidad de opiniones, pero también hay un respeto por la manera de decir las cosas, por el estilo del autor al que se corrige, y esto es claro en literatura. El texto final resulta de un proceso de negociación entre las reglas de la Academia y los maestros de la lengua, el criterio propio y el autor.

 

¿Cuál es su metodología de trabajo? ¿Qué trucos o atajos forman parte de su rutina?

No tengo trucos ni atajos —me han salido mal…—. Leo un texto, como mínimo, dos veces. Cuando tengo contacto directo con el autor (sin la editorial de por medio), establezco un canal de comunicación que me permita entender qué espera de su manuscrito, y que le permita comprender a aquel el proceso que se llevará a cabo.

La primera lectura (en pantalla) la hago sobre un documento con un formato que sea confortable tanto para mi vista como para la de los demás miembros del equipo (editor, coordinador, diseñador…). Buscar el sentido y la consistencia del texto es lo primordial en esta parte del proceso. Se trata de verificar que el autor dice lo que pretende expresar, sin repetición ni ambigüedad; buena gramática y puntuación correcta.

Una vez corregido, el texto pasa a manos del autor, con control de cambios, para que revise las correcciones, recomendaciones y dudas. Cuando el manuscrito vuelve a mis manos, reviso si aún hay detalles por resolver; si no los hay, limpio el documento y lo envío al autor o a la editorial encargada del proyecto.

Generalmente, el proceso comprende una revisión de artes gráficas, es decir, una revisión del manuscrito ya diagramado. Esta revisión implica una lectura del texto como un todo; envuelve una verificación no solo de errores restantes, sino también de imágenes y su compatibilidad con el texto y detalles del libro como tal. Aquí termina mi parte en la cadena editorial.

 

Avanzar con seguridad en la dirección de los propios sueños y esforzarse por vivir la vida que se ha imaginado llevan, citando a Henry David Thoreau en Walden, a un éxito inesperado. ¿Qué experiencias han sido las más importantes para usted a partir de la corrección?

En el ámbito laboral como tal, he tenido momentos gratificantes, como el día del lanzamiento de Más arriba del Reino. Cuentos completos, de Pedro Gómez Valderrama, para la colección Relecturas, editada por la Universidad de los Andes. Ver ese libro impreso fue como dar a luz un hijo después de siete meses de trabajo.

Ha habido momentos placenteros al recibir las felicitaciones de un editor por el trabajo bien hecho, o la petición de un autor para que sea yo quien corrija su obra.

En mi vida en general, la corrección de estilo me ha brindado una flexibilidad laboral que agradezco, a pesar de vivir momentos —con mucha frecuencia— en que no tengo tiempo para separarme del computador. Pero el hecho de poder trabajar desde cualquier lugar, y de tener una profesión no apetecida por muchos, me da una sensación de libertad mezclada con poder.

 

¿Cuáles considera los sucesos más curiosos en su día a día como correctora?

En este momento no viene a mi mente la palabra curioso. Durante los últimos meses he llegado a tener cuatro proyectos a cargo, incluida una revista científica que gestiono, y la tarea de lograr un balance entre mi vida laboral y el resto de mis actividades ha sido todo un gran reto del que, debo decir, aún no salgo bien librada.

 

En El libro de los abrazos, Eduardo Galeano asevera: “Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. ¿Cómo cambió la corrección a María del Mar Agudelo?

Gracias a la corrección y, con ella, a un sinnúmero de lecturas que, con seguridad, no hubiera hecho por el solo placer de leer o la curiosidad de adquirir un conocimiento, he aprendido sobre mí misma, lo que me gusta y lo que no. Ahora sé que no hubiera disfrutado la carrera de Psicología y que la edición es lo mío.

Puedo decir que me cambió al darle un sentido a mi existencia. Siempre quise especializarme en algo, hacerlo muy bien, que me gustara y que, a la vez, respondiera a una necesidad de la sociedad. La corrección de estilo lo ha permitido.

 

La resistencia de parte de los autores, especialmente los creadores literarios, ante los cambios, es un hecho siempre esperable en nuestra profesión. ¿Qué actitud debe tomar un corrector ante la naturaleza transgresora y transformadora de la literatura?

Firme pero con respeto. El corrector debe conocer muy bien las reglas para explicarle al autor el porqué de una corrección o una sugerencia, pero también debe estar abierto a lo que aquel tiene que decir. Esta pregunta me recuerda una novela que estoy corrigiendo. El autor escribe como nunca imaginé, pero tiene problemas de puntuación y muchas dudas al respecto. Las explicaciones a veces son obvias, pero hay oportunidades en que debo volver a los manuales e incluso cuestionarlos.

 

¿Cuál es el género literario más difícil de afrontar de parte de un corrector? ¿Le viene a la mente algún autor en particular al hablar de las complejidades en el arte de la palabra?

La literatura, sin duda. Tuve la fortuna de corregir —para la colección Relecturas de la Universidad de los Andes— una novela de la escritora colombiana Alba Lucía Ángel, Los girasoles en invierno. Cuando la empecé a leer, no sabía qué hacer, no tenía idea de qué tenía en mis manos. Resultó ser una obra hija del fluir de la conciencia, conocido como una variante del monólogo interior en la que aflora el inconsciente, con una yuxtaposición de imágenes y de pensamientos íntimos, sensaciones y recuerdos que se mezclan con diálogos con otros personajes. Fue una corrección increíblemente minuciosa, pues debía prestar atención a “lo que viera raro”, posibles errores ortotipográficos y una que otra cuestión de forma, con miras a adaptar el texto a la nueva plantilla.

 

Respecto a los ámbitos económico y laboral, ¿qué acciones deben emprender los correctores para mejorar su situación? En vista de los cada vez más frecuentes encuentros, talleres y seminarios relacionados con la actividad, ¿podría hablarse de una eventual federación internacional de correctores?

Yo pertenezco a Correcta, la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo, y una de las misiones que tenemos es establecer los costos reales y justos de un trabajo como la corrección. La experiencia me ha demostrado que debemos trabajar no solo la parte de costos, sino también la comunicación con los clientes potenciales. Hay personas que no conocen la profesión ni el trabajo que implica sentarse a corregir un texto, e incluso se atreven a ponerle precio al trabajo. Esta situación es indignante y hay que trabajar para que eso cambie.

 

¿Qué les recomendaría a los correctores noveles o aquellos que quieran comprender el quehacer de “la sombra del escritor”?

Cultivar sus conocimientos sobre la lengua, entregar lo mejor en cada trabajo y saber decir no a un proyecto si no se tiene disponibilidad. Uno de los errores más comunes en el trabajo freelance es el miedo a perder un cliente por rechazar una oferta, y el resultado es desastroso. Este trabajo exige no solo tener conocimientos sólidos, ser increíblemente detallista, apasionado por la buena escritura y un tanto neurótico, sino otras capacidades, como el buen manejo del tiempo, algo bastante difícil en corrección, pues no es lo mismo corregir un manuscrito entendible que tener que hacer el papel de un intérprete, y esto aún no lo entienden en las editoriales.

 

Si existe una lectura obligada para el corrector profesional, ¿cuál es? Finalmente, y emulando una pregunta de Jean-Claude Carrière a Umberto Eco en Nadie acabará con los libros, ¿qué textos debería salvar un auténtico corrector en caso de una catástrofe?

Las obras de José Martínez de Sousa y, en el caso de mi biblioteca personal, un libro que adoro: Dónde va la coma, de Fernando Ávila.

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