Son los correctores quienes deben enderezar los entuertos relacionados con el régimen preposicional en textos de todo tipo.
“La niña no debería aspirar polen debido a su alergia” y “el alcalde siempre ha aspirado a un cargo más elevado” son dos oraciones de predicado aparentemente similar en las que podemos discernir, como hispanohablantes, dos mensajes muy distintos a pesar del mismo verbo.
¿Qué sucede con aspirar y otras acciones (arrepentirse, creer, medirse, tender…) que nos enredan el panorama lingüístico con unos arbitrarios cambios de acepción que no hacen sino exigir una alerta constante de parte de lectores y autores por igual?
La respuesta se halla en esa función gramatical denominada régimen preposicional, un fenómeno sintáctico común a muchas lenguas romances y que explica por qué cualquiera es capaz de “hablar” hasta por los codos, pero no todos logran “hablar de” filosofía, economía o medicina con propiedad.
El régimen preposicional y sus entuertos
Ahora bien, son los correctores quienes deben enderezar los entuertos preposicionales en textos de todo tipo. Por lo general, las estructuras verbales que requieren las mencionadas partículas se presentan en tres formas distintas:
- los verbos intransitivos cuyo régimen preposicional es obligatorio, aunque no siempre sea necesario incluirlo para expresar una idea (“él huyó al final” y “él huyó de la policía al final”, pero “el proyecto consiste en tres fases”);
- los verbos pronominales que necesitan una preposición para completar la idea expresada y que solo pueden elidirse cuando el contexto permite inferir sobre qué objeto se relaciona con la acción (“me arrepiento de mi falta” y “me arrepiento —de aquello que ya se mencionó—”);
- y los verbos que alteran su significado o su perspectiva semántica si se los acompaña de una o varias preposiciones específicas (“ahondamos el agujero” y “ahondamos en el caso del asesinato”).
Recomendaciones para trabajar con el régimen preposicional
Las largas listas de verbos que están sometidos a tan “cruel” régimen resultan honestamente intimidantes. No obstante, unas pocas recomendaciones bastarán para ayudar a los correctores a convertirse en guardianes de ese rasgo especial de las lenguas indoeuropeas por el que el sentido de los verbos se transforma con el mero añadido de a, por, de y el resto de preposiciones de nuestro sistema lingüístico.
Primeramente, seamos conscientes de —el régimen preposicional afecta a los adjetivos también, no lo olvidemos— la variedad de castellano en la que nos manejamos y en la que está escrito el texto por corregir. Después de todo, en América tiende a emplearse más el verbo informar como transitivo sin régimen preposicional que en el castellano peninsular: “¡Déjame informarte (de) que estás cometiendo un error!”.
En segundo lugar, curioseemos en los extensos inventarios disponibles de verbos con régimen preposicional o, tanto mejor, preparemos uno propio con los casos por los cuales nos hayan asaltado las dudas. Puede comenzarse por la Conjugación de los verbos, de G. Suazo Pascual (EDAF, 1995); el Manual práctico de la preposición española (Verbum, 2000), de W. Pérez Cino; el Libro de estilo de J. I. García Gutiérrez, R. Garrido Nombela y N. Hernández de Lorenzo (Universidad Pontificia Comillas, 2003); y la Nueva gramática de la Real Academia (Espasa, 2010).
Tercero, hagamos la prueba de la pregunta, es decir, obtengamos una oración interrogativa a partir de la oración que nos haga titubear respecto a su sintaxis adecuada. Para muestra, varios ejemplos. “¿De qué carece la organización?”: “la organización carece de empleados”; “en qué coincidieron los participantes?”: “ellos coincidieron en que la actividad estuvo divertida”; “¿a qué huele?”: “huele a chocolate”; “¿por qué cosa abogó el vocero?”: “el vocero abogó por los derechos de los trabajadores”.
Esas sugerencias, junto con un sencillo esfuerzo de memorización, conducirán a un mundo de posibilidades para los correctores ansiosos de salidas apropiadas ante el régimen preposicional que, por su errada utilización, pretendan instaurar una dictadura de incoherencias sobre las páginas de una obra.